SINGULARIDAD
En una casa con aires de
humildad. La pequeña niña de 12 años de edad sujeta con firmeza un lapicero
azul con la que calculadamente y astucia resuelve los ejercicios de una
separata. La intimidad que le ofrece las cuatro paredes de su habitación y el
cálido susurro de nostalgia nocturna, le hacen humedecer los ojos y permitir
soltar unas pequeñas lágrimas de sus mejillas que le causan escalofríos,
chocando contra el papel blanco de una hoja de problemas y letra de selva; con
indiferencia limpia los rastros de aquel lamento con las yemas de sus dedos.
Cierro los ojos y por un
pequeño momento se olvidad del dolor y aquellas marcas indelebles, producto de
una sociedad carente de justicia y conciencia; ignora las heridas que se le han
quedado grabadas en su tersa y delicada piel.
“Rara”, “inútil”, “creída” …
Lesiones que van más allá de lo físico, cicatrices que se ven todos los días.
Mueve la cabeza para alejar el sonido constante de la risa de sus hipócritas
“amigos” y trata de reencontrar de manera mental el número de sonrisas llenas
de inocencia y sinceridad que tuvo la fuerza de producir esa semana.
-Una niña como tú no tiene
razones para estar triste. Si sigues con esa actitud les diré a todos de cómo
eres ¡lerda! – Le decía su madre constantemente al más mínimo suspiro que
soltaba.
-Perdón, no volverá a suceder-
Es todo lo que se limitaba a responder.
Procura ser como una montaña:
firme, fuerte, sin expresión alguna; pero su débil personalidad le impedía. Sin
embargo, está segura que la vida es hermosa, pero necesita que se lo muestren.
Trataba de ahogar su llanto en
un silencioso lamento para ocultar el fuerte dolor que le oprimía el pecho y le
impedía hablar.
Está cansada de aquellas
personas, de aquellos “amigos” que acostumbran a utilizar todo lo que es fácil
de ser utilizado y deshacerse de lo que ya no hay alguna utilidad; está cansada
de ser lo que los demás esperan que sea, sin llegar a satisfacerlos
completamente; está cansada de fingir un amor propio que le enseñan a diario,
pero que no lo retiene desde hace mucho tiempo; está cansada de esta rutina sin
sentido, de la vida, de su vida…
Simplemente está cansada.
El fuerte sonido de la lluvia
cayéndose contra el suelo la hace despertar de su ensueño. Se levanta con un
leve dolor por la silla de madera del escritorio donde estaba resolviendo y con
un suspiro nostálgico queda hipnotizada por las gotas al caer, se encamina de
manera rápida hacia la puerta de vidrio que da entrada a un pequeño balcón. Las
disimuladas gotas resbalan por la superficie cristalina uniéndose unas con
otras.
Ella se acerca tanto que su
nariz toma contacto con la superficie y emite un cálido aliento que empaña el
vidrio. Empuja la puerta entreabierta; con la angustia de lo que pudiera
encontrarse, a pesar de la propiedad transparente; sus pasos son a hora corto y
pesados.
Al salir es recibida con una
infinidad de gotas que al chocar con ella se deslizan por su piel y caen
desapareciendo en un pequeño charco que se va formando alrededor de ella. Su
piel se eriza y un escalofrío le recorre por la espalda por el frío que le
llega hasta los huesos y le hace creer que todo es un sueño.
Se acerca a la baranda y
observa desde su altura como una flor allá abajo en la tierra es golpeada
bruscamente contra el suelo gracias a la lluvia. Siente pena por ella. ¿Cuánto
más resistirá antes de romperse? ¿Es lo suficientemente fuerte?
Levanta la vista y observa la
profundidad del cielo nocturno cuyo vacío y tranquilidad parecieran querer
absorberla y llevársela; la luna adornando la gran faja azuleja que reflejaba
en mil piezas la ciudad: tan blanca, tan triste, tan solitaria, tan parecida a
ella…
La melodía de la lluvia y los
truenos nublan y adormecen sus sentidos en su totalidad, es cuando sus
pensamientos inundan su conciencia. Si tan solo pudiera desaparecer, si tan
solo alguien comprendiera el dolor que le llenaba el alma.
A su mente viene el recuerdo
de aquellas chicas de sus clases, las que se sientan al medio, las que tienen
la sonrisa perfecta, las que no cometían ningún error, aquellas que se le daba
tan bien ser alguien. ¿Por qué no podía ser como ellas? ¿Por qué le costaba
tanto trabajo sonreírle o ser amable con alguien? ¿Por qué no dejaba de
existir?
Una idea surge en su mente,
mientras la lluvia se va intensificando cada vez más. Camina lentamente, como si
le costara un enorme esfuerzo mover los pies y llegar hasta la orilla del
balcón. Trata de subirse y mantener el equilibrio en el barandal, lo helado del
metal bajo sus pies la hace sentir muy bien.
Mira abajo y observa las luces
de la ciudad de los carros junto a las vías del tren y el tránsito que se
genera, edificios iluminados que le otorgan al paisaje como si fuese un cuadro
pintado que ha sido transportado a la realidad; con nostalgia respira el aroma
del agua, la tierra, las personas con su indiferencia y comprensión; sus
lágrimas se confunden con la lluvia y su vista se difumina hasta no dejarla ver
la inmensidad a la que se enfrenta, ese sentimiento intrigante que la hace
sentir reemplazable, insignificante y con la sensación de que todo podría
terminar con un abrir y cerrar de ojos. Una sonrisa se forma en su rostro.
L e tranquiliza el hecho de
que no tendrá que enfrentarse a un nuevo día ni a más indiferencias ni heridas,
no volverá a salir y oculta el sol.
Su cálida risa se confunde con
los sonidos de los truenos y las gotas solo caen.
El saber de qué nadie
lamentará su muerte es una sensación mucho más fuerte que el medio que
experimenta. Cierra tranquila los ojos mientras siente como la ropa se le pega
a la piel y la lluvia como cascada le penetra el alma. Escucha unos sonidos, en
especial una voz suave que la despide con desesperación, producto de su
conciencia junto a notas musicales de piano que le recordaba a un anime llamado
“Your lie in April”.
El tiempo parece eterno y
aguanta la respiración esperando con ansias el impacto. Pero este nunca llega…
El sonido del despertador
inunda sus oídos obligándola despertar.
Es recibida con la vista del
techo blanco de su habitación.
La desilusión de ver el sol
entrar por la ventana y sentir la calidez de las sábanas en su cuerpo, le causa
un nudo en la garganta y la regresan a la realidad.
-El desayuno está listo-
Escucha a su madre gritar desde la cocina.
Ella se prepara.
Coloca una máscara de
felicidad en su rostro mientras le pide perdón al mundo por seguir existiendo,
aunque su agonizante dolor fantasma siga siendo el mismo. A su mente regresa la
imagen de la flor siendo golpeada por la lluvia. ¿Cuánto más resistirá antes de
romperse? ¿Qué tan fuerte es en realidad?, se pregunta en voz baja al salir
mecánicamente de su habitación bajando lentamente las escaleras.
Mientras baja pensaba ¿He
ganado o perdido? ¿Qué se suponía que debía de hacer en aquel entonces?
¿Fin?
EL TUMOR
Verónica era una persona que le gustaba
vivir sola, no era muy unida con su familia; ella se despertó como cada día
para ir a su trabajo, y uno de esos días ella sintió fuertes dolores en la
cabeza, náuseas, etc. Verónica no podía concentrarse (trabajaba en una oficina)
, así que decidió ir al hospital y cuando el doctor le atendió se sorprendió
con lo que vio; era un tumor en la cabeza que pocas mujeres la tenían, ya que
era más común en los hombres. El doctor diagnosticó que era el llamado “tumor
maligno” (se originan en las
células del interior del cerebro o en las que están próximas a este).
Verónica
tenía que seguir un tratamiento, que le iba cambiar su vida cotidiana y a la
vez iba a tener cambios faciales.
Ella
podía creer que le pasara una cosa así porque era exitosa, tenía una profesión,
sabía relacionarse con la gente, etc; pero todo eso cambiaría.
Tenía
que ir al hospital durante una semana para que
revisen como es el tumor, pero después tenía que seguir una serie de
tratamientos.
Verónica
cuando iba a su trabajo sus colegas la miraban distinta, se veía más pálida y
siempre andaba cansada. Era igual cuando salía con sus amigos la veían distinta
hasta el punto de que se alejaran; los que creía que eran sus amigos no estaban
para ayudarla solo estaban en momentos felices o en fiestas.
En ese
momento se dio cuenta de que en verdad no tenía amigos de verdad.
Cuando
se encontraba con sus familiares (primos y tíos, no eran muy cercanos) no
quería comentarles de su tumor para no preocuparles, pero pensó que la podían
ayudar ya que andaba sola, sin embargo no les comentó nada.
Pasaron
semanas y los doctores no le daban buenas noticias, al contrario, el tumor se
ponía cada vez peor.
Después
de un largo tiempo se encontró de nuevo con su familia. Todos la miraban
extraña a Verónica, su cara estaba desfigurada, era irreconocible. Ahí fue
cuando ella les contó todo, sin embargo su familia le dio la espalda, ella sin
decir nada se retiró y se fue a su casa. Esa noche se quedó pensando en como cambió su vida totalmente
y a la vez se dio cuenta que clase de amigos tenía y familiares.
Verónica
sentía que todo el mundo se le había tumbado.
Además
tenía que pagar sus tratamientos ya que eran demasiado costosos tanto así que
empezó a endeudarse.
Así que
decidió quitarse la vida y llorando dijo: “Quiero terminar con todo ya, no
valgo para nada y no le importo a nadie. La vida no merece la pena”.
Verónica agarró su pistola que tenía guardado en
su ropero y de repente los vecinos escucharon un disparo.
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